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El servicio de un vino a una temperatura adecuada puede ayudarnos a apreciar mejor las cualidades de cada botella.

Alguna vez nos puede haber pasado que al probar un vino que nos habían recomendado no nos encontramos con todo lo que nos habían dicho, o al volver a probar un vino que nos había gustado no era todo lo que recordábamos. Una posible respuesta a estas decepciones es que no se sirvió de la manera ideal, donde la temperatura y la copa no han sido las indicadas para apreciar todos los aromas y sabores del vino.

De las copas y su influencia en cada estilo de vino ya hemos hablado, pero para comprender cómo y por qué la temperatura tenemos algunas recomendaciones que nos pueden servir para mejorar nuestra experiencia.

Ni muy frío, ni muy caliente

Según la publicación de Wine Spectator, este consejo se llama “Piensa como Ricitos de Oro”. Si servimos un vino demasiado caliente el alcohol del vino se enfatizará, dejándolo plano y flácido. Pero si es demasiado frío los aromas y sabores se atenuarán y, para los tintos, los taninos pueden parecer ásperos y astringentes.

Algo que sucede regularmente es que los vinos blancos se sirven directamente desde la heladera, mientras que los tintos se descorchan a temperatura ambiente, pero el sitio especializado en el mundo del vino remarca que ninguna es la ideal. Así mismo, el punto “perfecto” para cada persona dependerá del gusto individual, pero hay algunas pautas que nos pueden guiar:

  • Vinos blancos secos ligeros, rosados, vinos espumantes: la recomendación es servirlo entre 5° y 10° C para preservar su frescura y frutosidad. Esta también es una buena temperatura para vinos blancos de postre; la dulzura se acentúa a temperaturas más cálidas, por lo que enfriarlos preserva su equilibrio sin sofocar sus aromas vibrantes.
  • Vinos blancos con cuerpo y tintos ligeros y afrutados: se recomienda servir entre 10° y 15° C.
  • Vinos tintos con mucho cuerpo: pueden servirse entre 15° y 18° C, más frío que la mayoría de las temperaturas ambiente y más cálidas que las temperaturas ideales de almacenamiento, para que los taninos se sientan más suaves y resten importancia a los componentes amargos.

Estar preparados

Si los vinos han sido guardados a temperatura ambiente, puede llevar una o dos horas en una heladera enfriar un blanco o espumante a la temperatura adecuada. En el caso contrario, un tinto puede demorar 30 minutos luego de sacarlo de una heladera o un sótano para lograr la temperatura ambiente.

¿Cómo sabemos que el vino ha logrado el punto de servicio? Para eso podemos usar un termómetro digital para tomar la temperatura de la botella, o si no, la opción más “casera” de tocar la botella y estimar si ya está lista. En este caso, al menos debería estar fría al tacto.

Calentar o enfriar

Si no tenemos tiempo de esperar horas para que la botella logre su temperatura ideal, hay algunas soluciones rápidas que nos pueden ayudar. Si el vino está demasiado caliente, lo podemos sumergir en una frapera con hielo y agua fría, algo que funciona mejor que solo hielo. Con solo 10 minutos para un tinto y alrededor de 30 minutos para un espumante serán suficientes para enfriarlos.

En cambio, si el vino está demasiado frío, lo podemos sumergir en un recipiente con agua caliente o tibia, sin intentar nada a fuego alto. Otra solución si el vino está frío es servirlo y calentarlo un poco poniendo las manos alrededor de la copa.

Hay que tener en cuenta que un vino servido frío se calentará en la copa, mientras que un vino servido tibio solo se calentará. Siempre es mejor comenzar un poco más bajo que la temperatura objetivo.