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Si bien lograr la combinación perfecta de gastronomía y bebida puede ser algo complicado, existen algunos principios básicos que nos pueden guiar en la tarea.

Encontrar el maridaje perfecto entre la comida y la bebida es un arte que nos puede dar grandes satisfacciones. Y aunque para saciar la sed podemos encontrar una cantidad casi infinita de variables, el vino suele posicionarse por sus cualidades sensoriales como el complemento ideal para cualquier plato.

Podríamos decir incluso que cada plato puede tener su vino o viceversa, pero encontrar cuál corresponde a cuál no es una tarea sencilla, aunque no imposible.

Como explica el sitio español Vinetur, a la hora de conjugar la comida y la bebida entran en juego nuestros sentidos al percibir aromas, sabores, texturas, pero también juegan un rol importante los factores culturales, que potencian o limitan las asociaciones que ya se han convertido en clásicos y no siempre de manera acertada.

Así, si nos preguntan sobre algunos maridajes no dudaríamos en decir que los dulces van con los postres, los blancos con pescados y los tintos con carnes asadas. Y aunque esos binomios no fallan, no nos podemos olvidar de experimentar y jugar con los sabores y aromas sin temor a equivocarse.

La mencionada publicación resalta que hay otros aspectos que no siempre los tenemos muy presentes a la hora de maridar y que pueden ser muy atractivos: temperatura, densidad, textura, humedad, técnicas de cocción, etc.

Si todavía estamos muy perdidos o no sabemos por dónde empezar a combinar, existen algunas reglas o principios básicos que nos servirán de guía para la experimentación.

Las dos primeras de ellas son aplicables a todos los maridajes y por supuesto a los de comida y vino: la regla del contraste y la regla de la afinidad. En la primera se recomienda combinar sabores opuestos, de tal manera que se complementen, mientras que en la segunda se buscan sabores similares que completen la armonía.